Según un escritor consultado, las mejores reseñas se hacen de los peores libros y aunque es un acto de sobreestimación creer que esta va a ser una reseña inolvidable, si puedo afirmar que el libro leído Amazonía: el río tiene voces, de Ana Pizarrro, 2009, es uno de los libros más simples que he leído sobre la Amazonía.
A partir de la metodología en boga de los estudios culturales, que hacen uso de la crítica literaria, la semiología, la comunicación, antropología y ciencias afines, este libro publicado por el Fondo de Cultura Económica casi logra una excelente portada (porque de contenido muy poco) si no hubiese sido por la ausencia de diseño de la carátula que estropeó una hermosa imagen del cartógrafo Portugués del siglo XVI Diogo Homen. Las demás imágenes impresas a largo del libro en papel de baja calidad, son en general hermosas pero carecen del menor tratamiento en el texto: no tienen las fuentes de las cuales fueron tomadas y muchas no registran quién fue su autor. Un detalle que para una obra con tales ambiciones no era sólo un detalle de fina coquetería sino, un requisito de rigurosidad, pues las imágenes como lo saben los historiadores del arte, son y fueron otra de las maneras de construir lo que tanto busca Ana Pizarro en su libro: “discursos e imaginarios” de la Amazonía.
El problema de investigación de Ana Pizarro, definir desde una aproximación de latinoamericanista qué hace de la Amazonía una unidad propia respecto a otras regiones del continente en el aspecto cultural y así determinar cuáles son “los elementos, en el plano simbólico, de las distintas partes de la Amazonía que la constituyen como una unidad articulada y nos hacen pensar en un área cultural específica”, además de ambiciosa, es un trabajo que una vez leído no llama a ser releído.
El texto, empecinado en tratar los discursos a partir de los cuales se ha construido la Amazonía desde tiempos de su descubridor Francisco de Orellana (1542), hasta los más actuales discursos de droga y narcotráfico, no aporta en su desarrollo sino algunas referencias de autores que vale la pena buscar; El abogado Carlos Valcárcel (El proceso del Putumayo y sus secretos inauditos. Lima. 1915: Imprenta comercial de Horacio La rosa & Co.) personaje que tildado de traidor a la patria por haber escrito un informe ejemplar sobre los abusos del cauchero y esclavista Cesar Arana en tiempos de los conflictos del Perú con Colombia, es documento de denuncia que dice Pizarro, tiene la relevancia de los escritos de denuncia del Irlandés Roger Casement. Otro documento de interés es el Documental sobre El dorado o Manoa titulado El Arenal y Filmado en 2003 en la aldea de Itancoa en la Región del Pará- Brasil. Y eso es todo.
El libro inicia con un análisis pobre de los primeros conquistadores del amazonas: Orellana y la crónica de Fray Gaspar, Lope de Aguirre y Texeira y la crónica de Cristobal de Acuña, para señalar la trasposición de los mitos, el primer grito libertario de Aguirre y en general la invisibilización de la Amazonía a la vez que el posicionamiento de las imágenes de infierno/ paraíso. Esta apertura, que registra un deseo de ir a los orígenes de las construcciones discursivas vuelve a la desgastada idea de que los exploradores todo lo inventaron, todo lo imaginaron, todo fue fruto de su pertenencia al mundo medieval y renacentista, pues si bien allí hay un trabajo cierto y riguroso de la influencia que tienen las épocas y las diferentes culturas en la aproximación al mundo, este presupuesto mantiene el usual oscurecimiento de la época de la conquista pues desconoce la posibilidad de aplicar metodologías que sustentadas en búsquedas semióticas, filosóficas, psicológicas, antropológicas entre otras, permiten ver algo más a través de esos lentes medievales con que aquellos hombres tuvieron ocasión de vivenciar y dar noticias de un nuevo mundo. Y para ello los ejemplos sobran y volviendo a uno usual, una simple revisión crítica de la descripción de la fauna americana ha podido descubrir detrás de las descripciones de temidos dragones a las magníficas iguanas, o relatos de encantadoras sirenas, confundidas con prominentes manatíes a orillas de los ríos ¿No puede ocurrir lo mismo con las descripciones humanas y sociales?
El resto son cinco capítulos en los que las lecturas de los “discursos” tienen mayor fortaleza cuando tratan de análisis literarios, campo en el que la autora es doctora (aunque algunas veces cortos y llenos de ese lenguaje recargado que tanto aleja a los lectores no especializados) análisis que además carecen de una aproximación a los campos antropológicos, que si bien no deben ser una obligación en un abordaje investigativo sobre la Amazonía, no estaba demás descubrir la riqueza que ellos representan para la comprensión de “discursos e imaginarios”.
Esta distancia es evidente en el desconocimiento por ejemplo de los “discursos” de los misioneros en la selva, pues si bien la autora trata en algún fragmento la crónica del jesuita Cristobal de Acuña, para asombrarse de que 100 años después de descubierto el río el misionero tratara sobre los mismos mitos de Manoa y las Amazonas, la autora no descubre el valor científico que corresponden a las observaciones de este jesuita y mucho menos las claras diferencias de ilustración que se pueden definir entre las diferentes misiones que penetraron en la Amazonía desde el siglo XVI. Mayor ceguera se evidencia en un texto en el que el discurso extractivo que ha condenado a la Amazonía desde su descubrimiento no es problematizado. Si bien el tema tiene cabida en el texto, pues el tercer capítulo aborda la época del caucho ( y los discursos que de él devienen: barones del caucho, intelectuales ( entre los que se trata la vorágine de josé Eustacio Rivera, obras de Euclides da Cunha y el ya nombrado Abogado Válcarcel) y finalmente la relación entre aviados (caucheros y capataces) e indígenas, la autora no problematiza este “discurso de la extracción” como uno de los modelos a seguir en las políticas internacionales de desarrollo para esta zona, “discurso” que encierra la proyección de la selva a nivel internacional, nacional, regional y local.
Otro desacierto y que me parece refleja los vacios de la investigación (una investigación de la selva en la literatura sobre el Amazonas, escrita desde allí o fuera de allí hubiese bastado) es el llamado a hacer una historia oral sobre lo que significó el holocausto cauchero para los indígenas en el Amazonas, tema que desconoce Pizarro, tiene amplia bibliografía. La autora, con algunos soportes de entrevistas que realizó en Perú de parientes de trabajadores esclavizados en las caucherías (en su búsqueda etnográfica) reflexiona sobre la urgencia de testimonios y señala que es un “trabajo por realizar y en forma urgente porque los sobrevivientes están desapareciendo”. Si bien su llamado es noble, se descubre ella misma como si fuese una pionera en la búsqueda cuando una simple búsqueda en internet nos muestra que hay trabajos de largo aliento sobre el tema a cargo de académicos de Perú, Brasil y Colombia (por ejemplo y para nombrar tan sólo uno, las investigaciones y publicaciones de libros y artículos del experto en el Amazonas Roberto Pineda Camacho sobre historia del amazonas, holocausto del caucho, historia oral, proceso esclavista, etc.)
En resumen considero que este libro es un intento de aplicar una metodología que permita pasar de la crítica literaria a la etnografía, de la revisión histórica al análisis semiológico, pero que en efecto es tan ambiciosa que queriendo verlo todo, se desborda y así la autora construye un “discurso” que oscurece el amplio esfuerzo que durante años se ha tejido para la comprensión y redescubrimiento de la Amazonía. Como dice un fragmento del informe de la Comisión Amazónica de Desarrollo y Medio Ambiente citado por la autora, “en unas pocas hectáreas de este vasto laboratorio del mundo hay más especies de árboles nativos que en América del norte” como para querer decirlo todo, en un libro de 239 páginas.
No siendo más, que lean otros este libro y que reseñen los aportes que yo no ví.
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